Farmacéutica en México: demasiado importante para prescindir de una política industrial
En esta entrevista, Mauricio de Maria hace un recuento en primera persona de las políticas públicas instrumentadas en los ochenta para impulsar la producción de medicamentos en México; reflexiona sobre sus alcances y limitaciones, y traza los rasgos esenciales de una estrategia industrial renovada destinada a incrementar la producción de medicamentos y vacunas en el país. Señala, asimismo, la importancia de contar con políticas fiscales y financieras robustas que acompañen el desarrollo productivo y tecnológico de las empresas mexicanas.
Por: César Guerrero Arellano

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¿Cuál ha sido la capacidad de la industria farmacéutica mexicana para satisfacer las necesidades del mercado nacional en años recientes y durante la pandemia?
En las últimas dos décadas la aportación de la manufactura de medicamentos al valor total de la industria del país cayó 50%. Su fabricación ha dependido crecientemente de ingredientes activos y de materias primas importados y  su distribución incluso de medicamentos extranjeros. La pandemia ha demostrado que la salud es una cuestión de seguridad nacional; para protegerla son necesarias tanto una estructura gubernamental sólida como las  capacidades productivas y tecnológicas necesarias para garantizar el abasto de medicamentos y de dispositivos médicos.

Un grupo de países, sobre todo asiáticos, ha demostrado una admirable capacidad para enfrentar la emergencia sanitaria. El sistema de salud de Vietnam, por ejemplo, habilitó un sistema muy efectivo para rastrear y dar  seguimiento a los casos de contagio. En este país de 96 millones de personas solo se han registrado 35 decesos. Es una gran lección, pues en varios países de mayor desarrollo relativo, entre ellos Estados Unidos que cuenta con la  economía más poderosa del mundo, el manejo de la covid-19 fue muy cuestionado durante la presidencia de Trump. Biden ha revertido esa imagen con una exitosa campaña de vacunación.


¿Qué lugar ocupa la industria farmacéutica de México en el mercado internacional y en América Latina, y cuáles son sus principales fortalezas y limitaciones?
En el ámbito latinoamericano la industria farmacéutica mexicana se ubica entre las más fuertes, junto con las de Brasil y Argentina, pero se trata de una región con importantes rezagos en materia de producción de medicamentos.  En términos generales, hay una gran dependencia del exterior para el abasto de medicamentos y de materias primas. Un estudio que preparé hace ya 50 años alertaba sobre esta problemática que, transitoriamente, logramos  revertir en los ochenta. En las décadas posteriores y como resultado de la eliminación de las políticas industriales, nuestro sector químico-farmacéutico se fue debilitando. Dejamos atrás los tiempos en los que el país contaba con  una producción razonable de vacunas y se avanzaba en la fabricación de ingredientes activos, biológicos y del sector petroquímico. La apertura comercial indiscriminada afectó este proceso, se pensó erróneamente que el mercado  internacional sería una fuente inagotable y permanente de abastecimiento. La crisis de la covid-19 ha dejado muy claro que, a pesar de nuestra gran economía y tamaño de mercado, el desabasto de medicamentos es un riesgo  latente, sobre todo en emergencias sanitarias cuando los países productores dan prioridad a la atención de su demanda interna.

 

En esta coyuntura, ¿qué enseñanzas pueden aportar las medidas instrumentadas en los ochenta para fortalecer al sector farmacéutico del país?
El decreto para el fomento y regulación de la industria farmacéutica expedido en 1985 creó condiciones favorables en el país para la fabricación de medicamentos con una razonable incorporación de contenido nacional. Para  alcanzar este propósito se reguló la importación de medicamentos que podían fabricarse en México; se otorgaron incentivos fiscales y financieros a los fabricantes de sustancias activas nacionales, además de apoyos específicos para el desarrollo de tecnologías propias. Las empresas que se beneficiaban de estos apoyos estaban obligadas a invertir, al menos, 3% de sus ventas en investigación y desarrollo. En ese tiempo entraron en operación varias plantas con producción muy competitiva; lamentablemente, algunas de ellas tuvieron una vida efímera, de cuatro o cinco años ya que, al liberarse la importación de materias primas, las farmacéuticas extranjeras de patente bajaron sus precios  para forzarlas a salir del mercado. Después volvieron a sus prácticas acostumbradas de registrar sobreprecios en la importación con fines fiscales. Fue un cambio vertiginoso en muy poco tiempo.

La problemática se agravó  cuando la administración del presidente Calderón eliminó el requisito de contar con una planta productiva en el país para que las farmacéuticas pudieran comercializar sus productos en el mercado nacional. Los liberales a ultranza no advierten que en el mercado farmacéutico el consumidor no es soberano, sino que compra lo que los médicos, los hospitales y las grandes empresas internacionales recomiendan. Con esta medida, incluso empresas extranjeras  que ya operaban en México tomaron la decisión de cerrar líneas de producción e importar sus productos. Ahora, empresas de capital europeo, mediante sus filiales en Sudamérica o de China, India y Corea del Sur,  traen al país medicamentos relativamente sencillos de producir.

 

¿Cómo pueden las compras públicas ser un instrumento que fortalezca la industria farmacéutica mexicana?
El sector público es el primer comprador de medicamentos en casi todos los países. En México, las distintas dependencias del gobierno federal —secretaría de Salud, IMSS, ISSSTE, fuerzas armadas, Pemex— y los gobiernos  estatales adquiere la mitad de las piezas de genéricos que abastecen los fabricantes de capital nacional. La proporción de las compras de productos de patente es menor, pero no deja de ser considerable, dado su mayor valor  unitario. El decreto de 1985 y el listado básico de medicamentos del sector salud constituyeron la base de un esquema de compras consolidadas que promovió una reducción de precios y mejoras en la calidad de los medicamentos  y en los tiempos de entrega. Fue una decisión política que dio certeza a las inversiones, impulsó el desarrollo de laboratorios mexicanos y que permitió, durante la administración del presidente Zedillo y del  secretario de Salud Juan Ramón de la Fuente, crear un mercado de genéricos que hoy nos parece muy habitual, pero que es central para la operación y subsistencia de las farmacéuticas, sobre todo las de menor tamaño. Todo  sistema requiere ser vigilado y atendido para evitar corruptelas y este operó razonablemente bien con ahorros que fueron importantes. En los últimos dos años, las autoridades federales han buscado limpiar irregularidades, pero  ante la falta de claridad en los nuevos mecanismos de operación, las quejas de los laboratorios, tanto nacionales como extranjeros, se han multiplicado. Son productos que no pueden surtirse de la noche a la mañana, el gobierno  debe hacer bien sus cálculos y publicar sus convocatorias con suficiente anticipación para darle oportunidad a los laboratorios de programar adecuadamente sus inversiones, la adquisición de insumos, además de planificar sus  esfuerzos productivos y de investigación.


¿Los genéricos son una buena alternativa para asegurar el abasto de medicamentos?
Son fundamentales en cualquier país. En Europa casi todos los medicamentos que maneja el sector público y que se adquieren en las farmacias son genéricos. El mercado de medicamentos especializados generalmente lo dominan las grandes empresas del sector que, si bien invierten elevadas sumas de dinero en investigación y desarrollo tecnológico, también destinan importantes montos a la publicidad y a otras modalidades de propaganda para mantener  su elevada rentabilidad. Esto no es nuevo: cuando la revista Comercio Exterior publicó en agosto de 1977 mi estudio sobre el sector farmacéutico pude demostrar que empresas extranjeras traían a México materias  primas con un precio diez o catorce veces superior al del precio internacional y que incorporaban a sus productos en un alarde de poder de mercado. Las empresas mexicanas que se formaron después y que produjeron estas  materias primas sobre patentes ya vencidas, colocaron el producto en menos de una quinta parte del precio internacional, aun con un cien por ciento de ganancia, algo impresionante.

Las farmacéuticas asumen grandes riesgos para desarrollar nuevos medicamentos y como incentivo reciben patentes hasta por veinte años. El problema es que ese mismo sistema tiene algunos resquicios que permiten extender,  incluso duplicar, el periodo original de vigencia. Una de las grandes preocupaciones del presidente estadounidense, Joe Biden, es el elevado precio de los medicamentos en ese país y la forma como se bloquea el acceso a nuevos  competidores, factores que van en contra tanto del interés del consumidor como del sistema de salud.

 

¿Cómo se pueden generar relaciones virtuosas entre los sectores privado y público?
El gobierno juega un papel central para definir esas relaciones virtuosas. Lo primero es escuchar las distintas posiciones: industria, médicos, especialistas del sector salud y otros, y luego construir los espacios de diálogo y discusión  para alcanzar soluciones satisfactorias para todos. En Asia se han visto claramente las bondades del diálogo permanente y de una regulación adecuada. Las empresas de esa región —grandes y pequeñas— disponen de  información robusta para perfilar tendencias y anticiparse a las necesidades del mercado. Cuentan, además, con el apoyo de la banca de desarrollo para elaborar estudios prospectivos que son la base para ampliar su participación en los mercados nacional y extranjero. Se requiere una previsión básica de lo que el gobierno va a necesitar y garantías sobre lo que comprará y sobre el momento en que se liquidarán las facturas. Si los pagos no se hacen a tiempo, las empresas suelen enfrentar problemas de liquidez y, en casos extremos, dejan de operar. Todo esto requiere de un muy buen entendimiento y una política coordinada, algo que está faltando en México y en  prácticamente todos los países de América Latina.


¿Cuenta el T-MEC con medidas que permitan a México convertirse en un importante productor y exportador regional de biofármacos?
El T-MEC hace pocas referencias a sectores específicos; las reglas que tienen alguna incidencia sobre el sector farmacéutico y llegan a mencionarlo son las relativas a la propiedad industrial. Es un área clave en el caso de los medicamentos de patente, el mercado más redituable. Afortunadamente en el Protocolo Modificatorio del T-MEC se consiguió un acuerdo razonable para atenuar las ventajas de largo plazo que se otorgaban a las dueñas de  patentes farmacéuticas en la versión original del acuerdo. Todo depende de una buena y oportuna aplicación por parte de las instituciones reguladoras: Cofepris, en materia sanitaria, y el Instituto Mexicano de la Propiedad  Industrial.

A pesar de todo lo que se pueda criticar de su modus operandi, contamos con un sector farmacéutico de capital mexicano, fundamentalmente de medianas y algunas grandes empresas, que puede trabajar perfectamente bien  conforme a las reglas del T-MEC. La mayoría de las innovaciones se concentra en las grandes empresas extranjeras, pero hay empresas biomédicas de capital nacional que realizan ingeniería en reverso de productos cuyas patentes  extranjeras expiran —e incluso investigaciones originales— que podrían impulsarse en el contexto de América del Norte. Muchas de ellas piensan en el mercado mundial y poseen muy buenos vínculos con laboratorios que hacen investigación de primer nivel con expertos mexicanos, algunos de los cuales habría que recuperar para el diseño de vacunas y nuevos productos para ganarle la batalla al cáncer y a enfermedades crónico-degenerativas, principal  demanda de países que envejecen.

 

¿Podemos convertirnos en un productor relevante de materias primas y sustancias activas? ¿Qué medidas asegurarían su abastecimiento?
Buena parte de las farmacéuticas estadounidenses y canadienses enfrentan la misma dependencia respecto del suministro de materias primas e ingredientes activos provenientes de Asia y a veces de Europa. Sería muy útil tener  una producción en América del Norte de estas sustancias. La cooperación trilateral, el diálogo intergubernamental y el respaldo de políticas públicas consensuadas con el sector privado serían decisivos para conseguir este  propósito. No debe perderse de vista, sin embargo, que los países no pueden producir de todo. El comercio internacional llegó para quedarse. De ahí que, como parte del diálogo entre los sectores público y privado, se deba  identificar a aquellos grupos terapéuticos y ramas industriales que son prioritarios para la región, y brindarles todo el apoyo para generar las capacidades productivas que permitan cubrir adecuadamente nuestras necesidades,  presentes y futuras.

 

¿Cómo podría el país contar con más empresas de capital nacional que sistemáticamente realicen investigación y desarrollo tecnológico?
Lograr ese objetivo en un mercado que es muy imperfecto requiere una política explícita que fije con claridad las reglas de operación y que dé certeza sobre los criterios con que se asignarán los apoyos destinados a promover el desarrollo de capacidades productivas y tecnológicas. Nada nos impide recuperar una política como la que tuvimos en los ochenta, similar en principios, distinta en cuanto a las condiciones actuales del mercado y los avances  tecnológicos. No puede haber empresas fuertes en este sector sin capacidad tecnológica propia, sin que un alto porcentaje de sus ventas se dedique a investigación y desarrollo. Es lo que ha sucedido en los países exitosos, como  los asiáticos, que tienen las industrias más importantes del mundo actualmente y algunos del norte de Europa. Pero se requieren acuerdos hoy pendientes.

 

¿Cómo se pueden fortalecer la investigación y el desarrollo, así como articular el sector privado con los centros de investigación?
Una política industrial es imposible sin una política fiscal y financiera que les dé soporte; particularmente una financiera que haga que la banca de desarrollo y la banca comercial canalicen los recursos necesarios para llevar estos  proyectos a buen puerto. Diría que los tres elementos clave son los mecanismos de compras gubernamentales, los de financiamiento y los de apoyo tecnológico directo.

 

¿Hay condiciones para que México se consolide como productor y exportador de medicamentos?
Los primeros años de este gobierno han sido muy complicados, incluyendo los estragos de la pandemia. Han sido de ensayo y error respecto del abastecimiento de medicamentos. Se titubeó respecto del diseño e instrumentación  de una política industrial, pero esperaría que con la nueva titularidad en la Secretaría de Economía se dé un cambio hacia la definición de una política industrial general y explícita para el sector de vacunas y medicamentos. Dos  elementos me dan cierto optimismo. Uno es el hecho de que la actual secretaria de Economía se reunió ya con representantes del ramo y les manifestó su disposición de trabajar mano a mano para poner en marcha una política pública que promueva el desarrollo de la industria farmacéutica en el país; confío que este ofrecimiento se concretará pronto. Por otro lado, también esperaría que la banca pública, que ha enfrentado un periodo de cambios continuos, cumpla eficazmente con el estratégico papel de financiar el desarrollo. Por otro lado, ya es evidente que no han funcionado las compras consolidadas a cargo de un organismo especializado de Naciones Unidas: la UNOPS había ayudado a países pequeños, pero nunca había operado a esta escala. México es de otra naturaleza.


¿Qué han hecho los organismos regionales para atender los desafíos del sector en el marco de la pandemia y que deberían estar haciendo?
Acabo de participar en una reunión de seis expertos latinoamericanos que organizó la CEPAL a petición de la CELAC. Junto con la secretaria Ejecutiva de la CEPAL y sus funcionarios especializados, analizamos cuáles deberían ser los  ingredientes básicos de un programa regional de la industria farmacéutica. Una primera conclusión es que la salud debería ser el eje del sueño de la integración regional. Hay mucho trabajo institucional por hacer entre los países de América Latina, tanto en el ámbito industrial como en el terapéutico. Una autorización otorgada a un producto específico en México, por ejemplo, debería ser respaldada también por las agencias gubernamentales de Argentina o Brasil y viceversa.  La labor de la Organización Panamericana de la Salud, en la que además están Estados Unidos y Canadá, ha sido de bajo perfil. Estudios de la OMS y de la ONUDI, que yo dirigí, muestran que los países en desarrollo duplican su  consumo de medicamentos cada cinco o seis años debido a su crecimiento poblacional y al impacto del envejecimiento de la población, entre otros factores. En el caso de América Latina, ese consumo extra podría dar paso a  importaciones crecientes si no actuamos ya. Estamos a tiempo. México y Brasil, pero también Argentina, Colombia, Perú y Chile, no tenemos pretexto para no desarrollar esas capacidades. Si nuestras necesidades son crecientes  debemos prepararnos con estudios conjuntos y otros específicos de cada país.


¿Cuál es la situación de la producción de vacunas?
¿México puede ser un productor y exportador de estos productos estratégicos?
Hay convencimiento de que los países de América Latina deben desarrollar su propia industria en vacunas y sus ingredientes clave; es asunto de seguridad nacional. Por otro lado, la distribución de vacunas se ha visto rezagada  —aún en aquellos casos en que se han logrado obtener licencias— por falta de jeringas o envases y prácticas modernas de fabricación. Si bien no todos los países tenemos el mismo tamaño de mercado y capacidades de acción,  mediante la cooperación y la suma de esfuerzos se pueden obtener resultados más satisfactorios para todos. Hay mucho que aprender de la experiencia asiática en esta materia.


¿Qué está haciendo la industria mexicana para afrontar la problemática actual y los escenarios futuros?
Muchas empresas, las extranjeras inclusive, están preocupadas por la decisión de acudir a organismos internacionales para la compra de medicamentos. Las de capital mayoritariamente mexicano han buscado sin mucha suerte un diálogo con el sector gubernamental y aún esperan una atención clara por parte de la secretaría de Salud y del Insabi. Están convencidas de que, con una planeación adecuada de las necesidades nacionales, se crearían condiciones propicias para crecer y desarrollarse. Muchos trabajadores y sus familias dependen de ello.

Los grupos de capital mexicano pueden y deben participar en estos procesos internacionales. Una buena parte de ellos, localizados en Jalisco, está pensando en crear un clúster de primer nivel. Nótese que, aun cuando en los  últimos treinta años carecimos de política industrial, surgieron aglomeraciones regionales de empresas —clústeres— muy exitosas en los sectores de autopartes, electrónico y aeroespacial que pueden ser la base de un desarrollo industrial futuro.

Es interesante que las farmacéuticas de capital mexicano se asocien para seguir creciendo. Lo conseguirán porque hay personas muy capaces, bien conectadas con los centros tecnológicos en Estados Unidos y otros países.  Claramente estos grupos tendrían una posición más sólida si contaran con el respaldo de una política concertada con el gobierno. Los gobiernos estatales pueden hacer mucho al respecto y así ha sido, pero somos un país  demasiado importante para no tener una política industrial federal en el sector farmacéutico. Quizá no todos los sectores industriales la requieran, pero si hay uno que la necesita es el de la salud.


¿Qué escenarios se perfilan para la industria farmacéutica mexicana? ¿Se siente optimista o pesimista respecto de su desempeño futuro?
El farmacéutico es un sector que ha logrado sobreponerse a circunstancias adversas, como cuando en los ochenta, la falta de divisas tras la nacionalización de la banca y el control de cambios, reveló nuestra enorme dependencia  de materias primas y de fármacos importados. Con trabajo coordinado y apoyos apropiados, logramos superar las adversidades. Aun hoy ese puñado de empresas de capital mexicano que sigue operando en el país expresa su  beneplácito con el decreto emitido, pues hizo posible su surgimiento y desarrollo.

Ahora enfrentamos una situación similar. La decadencia gradual de los últimos treinta años en la producción, el limitado desarrollo tecnológico y la dependencia de medicamentos del exterior no se justifican. Si en su momento se  hubieran tomado las medidas adecuadas, no tendríamos los problemas a los que nos enfrentamos ahora. Las crisis sacan a la luz las grandes problemáticas sociales y, al ser esta una crisis de gran magnitud, la oportunidad de  encontrar soluciones creativas es insuperable. Si el Estado mexicano —incluyendo la banca de desarrollo— actúa de la mano de las empresas y se adoptan medidas como las que he comentado, podríamos consolidar una fuerte  industria de capital mexicano y extranjero.