El desarrollo de tecnologías en México: una visión desde la trinchera
La sentencia “renovarse o morir” cobra renovada actualidad en una economía donde la generación de conocimientos, la innovación y el desarrollo tecnológico se vuelven cada vez más determinantes. Por ello, el desempeño futuro de los países y su competitividad internacional dependen, en buena medida, del trabajo coordinado de universidades, empresas y entidades públicas. En México, el Instituto de Ciencias Aplicadas y Tecnología (ICAT) de la UNAM realiza una importante labor de vinculación para el desarrollo de tecnologías. Experiencia fructífera que el maestro Luis Roberto Vega González nos comparte en esta entrevista.
Por: Ariel Ruiz Mondragón / Retrato: Ignacio Galar

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¿Cómo está organizado el trabajo del ICAT y qué destacaría de su labor reciente?

Tenemos 28 grupos de investigación y desarrollo agrupados en cuatro departamentos: Instrumentación Científica e Industrial, Óptica, Microondas y Acústica, Micro y Nanotecnologías y Tecnologías de la Información y Procesos Educativos. En óptica, por ejemplo, con base en una investigación de muchos años, realizada por el doctor Rufino Díaz, se desarrolló el Toco, que sirve para medir la curvatura del ojo. Como parte de este proyecto, se está gestando una empresa spin-off con la intención de que este instrumento pueda llegar a todos los oftalmólogos de México. El precio del equipo y el de su mantenimiento es menor que el de sus pares importados. Hay, incluso, la opción de trabajar en un desarrollo adicional.

Nuestros grupos de acústica desarrollan nuevas tecnologías para investigar propiedades de materiales, no solo en la parte científico-matemática, sino en cómo se lleva a la aplicación para determinar si un panel de madera u otro material es capaz de transmitir o no el sonido para aislarlo o reflejarlo en un recinto. Nuestros investigadores ya tienen las tecnologías para evaluar su aplicación.

En microondas, ondas y señales tenemos aplicaciones relacionadas con un nuevo microscopio de barrido de sonda basado en terahertz, lo que permite una muy alta resolución para observar materiales con resolución nanométrica. Tenemos investigadores que están en las áreas de imagenología médica, y hay un grupo que ha trabajado en sistemas simuladores de cirugía de próstata, para que los médicos puedan entrenarse. Contamos también con una versión de cirugía cerebral para casos de apoplejías o infartos cerebrales. Hay gran diversidad de proyectos porque, el nuestro, es un instituto multidisciplinario.


LUIS ROBERTO VEGA

A nivel internacional, ¿cómo se encuentra nuestro país en investigación aplicada y desarrollo tecnológico?

Somos un país en vías de desarrollo, otras naciones nos llevan mucha delantera. Por ejemplo, en simuladores para cirugía hay países europeos, como Italia, que tienen avances muy significativos. Alemania lo tiene en sistemas de imagenología, sin dejar de lado la capacidad de estadounidenses y japoneses en estos rubros. Otro ejemplo: la robótica para cirugía. Aquí aún no tenemos nada parecido, y algún día comenzaremos, pero países como Alemania y Estados Unidos ya tienen robots para estos fines que importamos para nuestros hospitales. Nuestro nivel es muy inferior. Aunque hacemos nuestro mejor esfuerzo, esa es la realidad.

 

¿Cuál es la contribución de las universidades mexicanas al desarrollo tecnológico y la innovación?

Hay esfuerzos muy importantes en el sistema educativo mexicano; desde hace algunos años se están desarrollando los institutos del Tecnológico Nacional de México, que son varios centenares en todo el país. También están las universidades tecnológicas, instituciones que surgen con el propósito de apoyar a la industria y están localizadas en diversas entidades de la República. Solo tienen licenciatura, no cuentan con posgrados. Hay que agregar las carreras que en varios estados imparten tanto la unam como el Tecnológico de Monterrey. La oferta educativa, como se ve, es muy amplia. Para el desarrollo tecnológico, la aportación de los centros de investigación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) es relevante, porque su quehacer se vincula con las empresas de la región donde se ubican. La misión fundamental de universidades e institutos tecnológicos está en la formación de recursos humanos, principalmente en las carreras del área de ingeniería. Pero sí se hace tecnología porque en varias facultades de Ingeniería, para graduarse, es común que los alumnos construyan equipos. En ocasiones son instrumentos de frontera, lo que puede ayudar a una empresa o una institución. Entonces se desarrolla tecnología, pero con un objetivo fundamentalmente académico, no dirigido hacia la solución de un problema que nos plantee una empresa, aunque llega a suceder.

 

¿Qué incentivos existen para promover la vinculación entre empresas y universidades?

Se han buscado incentivos para que los académicos se interesen por el desarrollo de proyectos para empresas. Nosotros tenemos autorizado el pago de ingresos extraordinarios. Según el reglamento, si un académico desarrolla alguna tecnología por encargo de una empresa, se le puede pagar 20% del total del proyecto: si es de dos millones, se le podrían otorgar 400 mil.

 

Pero ello entraña ciertas dificultades: a una empresa no le interesa que se publiquen los resultados de una investigación, sino que tiene un interés comercial, por lo que requiere confidencialidad. Si un académico se involucra en un proyecto de desarrollo contratado por una empresa, no va a publicar. En nuestro esquema de evaluación académica eso le va a afectar.

 

Entonces hay una contradicción: si el investigador se beneficia económicamente por participar en un proyecto para una empresa no va a publicar sus resultados, a menos que esta lo autorice. Ha habido casos en que se le autoriza, pero en general la compañía quiere un producto, tiene una estrategia de lanzamiento y no permite que se publique. El académico debe sopesar y decidir si participa o no en el proyecto.

 

Además, muchos recursos con los que se financian investigaciones provienen de organismos públicos como el Conacyt y la Secretaría de Ciencia y Tecnología de Ciudad de México (Sectei). El problema es que cuando un académico de un grupo de investigación participa en un proyecto Conacyt, no tiene autorizado el pago de ingresos extraordinarios, así que el aliciente no es económico y solo depende de la publicación de resultados. Eso puede resultar muy positivo para la nación desde un punto de vista estratégico, pero en los hechos la gente tiene que vivir, y los mejores estímulos son los que llegan al bolsillo del investigador. El empresario mexicano no tiene la cultura de la innovación. Por su situación, su contexto y porque se mueve en una economía muy difícil, siempre está pensando que, si va a invertir un millón de pesos, debe recibir cuando menos lo que le dejaría ese dinero en un banco. Pero el desarrollo de la tecnología lleva varios años y como el empresario no ve reflejada rápidamente la utilidad, su interés en este tipo de inversiones se diluye. En todo caso, recurre a los programas del Conacyt. Esta institución le ofrece un apoyo para que desarrolle su tecnología y no tiene que financiar la totalidad de la inversión, sino un concurrente, menos del 30%. El problema es que el empresario somete su propuesta a la convocatoria y, si su proyecto no gana, lo tiene que financiar él mismo, con todas las dificultades que eso representa.

La innovación es un fenómeno parsimonioso y requiere cuantiosos recursos, por lo que hay que estar dispuesto a invertir y esperar a que los resultados lleguen. Hay que comprender muy bien el fenómeno, estudiar casos, observar cómo se dieron los procesos, cuáles fueron los factores de éxito y qué se complicó del proyecto.

Una de las fallas que hemos tenido es embarcarnos en miles de proyectos. Hace algunos años, en una entrevista el director de Conacyt mencionó que el organismo financió más de mil proyectos, con un presupuesto anual de 18 mil millones de pesos. Aunque luego nadie sabe qué les pasó. En mi opinión, habría que financiar solo 300, darles seguimiento y ver que lleguen hasta el final. El proyecto no va a ser una innovación sino hasta que llegue esa tecnología al mercado.

Las universidades generan tecnología en forma de prototipos; lo primero es pasarlos de laboratorio a ser prototipos semiindustriales, lo que se hace en la empresa. Hay que modificarlos, darles la forma de productos y deben aprobar normas de calidad, seguridad, etcétera. Después, hay que escalarlo: hacer un prototipo industrial, y esto cuesta más dinero.

 

En un artículo publicado hace 10 años usted identificó varios mitos acerca de la investigación aplicada. ¿Siguen vigentes?

El primer mito dice que cuando llega un empresario con un proyecto, todos los académicos levantan la mano. Si alguien llega al icat y presenta una propuesta para desarrollar cierta tecnología, primero evalúo qué académicos pueden ocuparse del proyecto; luego, averiguo si tienen interés en participar. Frecuentemente no desean hacerlo, porque las restricciones para publicar sus hallazgos les afecta el ingreso. La gente de nuestro instituto es muy académica: no es cierto que todo el mundo levante la mano; a diferencia de los centros Conacyt, donde a los investigadores se les paga un salario solo si están en proyectos.

Otro mito es que la tecnología resulta barata. Cuando alguien visita un laboratorio, se le muestra una nueva tecnología y se le dice que es de bajo cos-to; pero el investigador se refiere solo a los elementos constructivos, no al conocimiento, lo cual la encarece. En su valor se incluye el conocimiento de nuestros investigadores, el tiempo de los doctores y otros costos; por ejemplo, la unam no cobra renta ni luz, pero hay que incluirlos porque si se hubiera desarrollado en otro lugar se tendrían que pagar.

Otro mito: no se requiere un gestor de tecnología para hacer los proyectos. Es importantísimo tener a la gente que haga gestión y administración para que los académicos desarrollen la ciencia aplicada y la tecnología. Ellos, a menudo, no tienen la preparación para administrar un proyecto, de modo que no levantan minutas, ni se preocupan por acciones de protección de la tecnología, de seguimiento de acuerdos, de planeación de reuniones, etcétera. Entonces, al cierre de los proyectos se presentan problemas; por ejemplo, con la auditoría financiera. En un proyecto sucedió que el académico estaba tan ocupado que no se preocupó por la parte financiera. Por eso se requieren gestores.

Un mito más: con los resultados de investigación se genera riqueza rápidamente. Los proyectos innovadores que han llegado a la sociedad, por lo menos los del ICAT, han tomado unos 10 años para completar su proceso: desde que se gestó la tecnología y se entregaron los resultados, se solicitaron las patentes, los registros de los derechos de autor, se hicieron los convenios de transferencia de tecnología, hasta que la empresa la tomó y la asimiló. Después de que esta pusiera su planta de manufactura y empezara con las pruebas, siguie-ra con las normas de calidad, la instalación de sistemas para la manufactura, hiciera los estudios de mercado y realizara el lanzamiento del producto...

En el proceso intervienen doctores en las áreas de aplicación, tecnólogos, técnicos, administradores, contadores, financieros, abogados, mercadólogos... Y si las tecnologías son del área médica, hay que añadir médicos, químicos, biólogos, etcétera.

 

¿Cuál ha sido su experiencia con las patentes?

Hemos observado que la patente sola no se transfiere. No es tan simple: hay que trabajar mucho para que las empresas se interesen. Las políticas que estamos tomando a partir de la experiencia es darnos cuenta de que una patente es todo un proyecto. Tanto el Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual (IMPI) como las patentes tienen un alcance nacional; es decir, se solicita en México y solo aquí valen, y así en cada país. En México se requieren cuando menos cinco años desde que se hace la solicitud hasta que se otorga. Hay que estarle contestando de forma legal a la autoridad; a veces lo podemos hacer nosotros y en otras ocasiones tenemos que contratar abogados porque hay temas muy especializados. Eso cuesta dinero y lleva mucho tiempo. Si luego no se transfieren o no hay postores, los costos se incrementan.

Consideramos que hay que patentar, pero no todo, sino lo que verdaderamente lo merezca por ser una tecnología de muy alto perfil y a la que conviene apostarle por el alto potencial de impacto social que conlleva. Desde luego, si tenemos una empresa interesada, es pertinente patentar porque ella, desde un principio, participa; pero si hay una invención que no tiene un perfil comercial, pues tenemos que pensarlo muy bien porque es difícil transferirlo.

Hay otras figuras de propiedad que nos pueden servir muy bien, como los modelos de utilidad, para los que no se requiere demostrar una novedad universal. Es cada vez es más difícil patentar porque hay miles de gentes haciendo ciencia en el mundo y a veces nos encontramos que lo que pensábamos era de nuestra invención, al final ya está registrado.

No ocurre lo mismo en el caso de un modelo de utilidad, que se otorga si se le incorpora una utilidad adicional a la invención. El campo se abre mucho y además no es tan caro ni requiere cinco años; el tiempo y el costo bajan a la prácticamente a la mitad.

Una mezcla adecuada de modelos, derechos de autor y marcas es suficiente para que defender nuestros intereses. Los derechos de autor cuestan algunos cientos de pesos, mientras que el costo de una patente en México lo hemos estimado en unos 100 mil pesos. Y un buen abogado, con un par de derechos de autor, pone quieto a cualquiera en un litigio.

 

¿Hay diferencias en el desarrollo de tecnologías en universidades públicas y privadas?

En términos de patentes, hay años en los que la UNAM hace más y otros en los que gana el itesm, lo que se ha convertido en una especie de carrera. El interés del Tecnológico de Monterrey se debe a que fue creado por los grupos industriales de esa ciudad, de manera que los atienden en un esquema muy parecido al de Estados Unidos, por lo que se dan con mayor facilidad los proyectos contratados por las grandes empresas.

Los enfoques de la unam tienden más hacia la parte social: salud, educación, apoyo a las áreas marginadas, a indígenas y otros grupos sociales. Esto hace diferencias sustanciales. Sí participamos como UNAM con algunas empresas, pero es la universidad privada con la que ellas tienen una relación más estrecha.